Embarcado con The Secret Sharer.

Una de las conexiones de la semana pasada fue la siguiente.
Caminaba por una calle del centro de la ciudad y encontré un montón de periódicos apilados junto a un container de la basura, les eché un vistazo y reconocí una separata cultural que buscaba hacía tiempo. Estaban todas, alguien las había apartado y coleccionado y después se había desecho de ellas, entre las hojas que me interesaban -y que me llevé por supuesto-, había el trabajo de un par de amigos fotógrafos y un artículo sobre una novela aparecida recientemente.
Después de leer el Quijote deseaba algo rápido y corto, así que fui a mi librería de cabecera y compré varios títulos, al llegar a casa me di cuenta que uno de los libros adquiridos era exactamente el que mencionaba el artículo de la separata cultural.

Joseph Conrad pasó veinte años en el mar, trabajando en diferentes barcos por diversos lugares del mundo, ya les hablé de él hace poco, cuando leí “El corazón de las tinieblas”, posteriormente se dedicó a escribir sobre lo que había visto y sentido en esos años y fue escritor durante treinta. El mar y la navegación en una época crucial, donde los barcos de vapor estaban sustituyendo implacablemente a los hermosos barcos de vela. El mundo estaba cambiando y los negocios marítimos también. El germen de esta novela es una travesía que realizó el propio Conrad como capitán del Otago de Bangkok a Singapur y que en lugar de los tres días habituales que necesita un barco de vela, duró tres semanas por las inclemencias del tiempo.

Etiquetas: Viajes literarios