Segovia.

Y ya lo ven, saliendo de Atapuerca, autovía A-1 dirección Segovia. Sólo un pequeño alto en el camino en Aranda de Duero; paseito y cervecita, mucho asador de Aranda pero no es un lugar con demasiado encanto, alguna iglesia románica simpática y poco mas, el recuerdo de las cigüeñas volando alrededor del campanario lo mejor.

Plaza mayor de Aranda de Duero.

Segovia era uno de los objetivos previstos en este viaje, hacía mucho tiempo que tenía ganas de ver en vivo y en directo ese señor acueducto, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1985. Así que búsqueda de hotel en el centro –muy cerca de la Plaza del Azoguejo- y a pasear.
Lo impresionante del lugar es que a parte del acueducto romano mejor conservado del mundo mundial, la ciudad está repleta de cosas interesantes, una ciudad monumental para perderse sin mas, con un gran número de singulares iglesias románicas, su catedral, el Alcázar, y restos árabes y judíos.

Y como lo mejor de estos lugares es callejear, así entre las callejuelas angostas de la judería y la visión de ilustres palacios con sus originales esgrafiados en la fachada, a uno le entra hambre y era menester buscar un buen mesón donde degustar la especialidad de la casa. Tras un pito pito gorgorito le tocó a Casa José María, “cocina segoviana de hoy”, especialidad en cochinillo asado y carnes rojas, -muy cerca de la Plaza Mayor-, así que tras una estupenda crema de cangrejos y un saludable de verduras, llegó el “chanchito”, regado con un Ribera del Duero 2005, un Pago de Carraovejas, denominado aquí tinto “autor” de la casa. Me encanta leer las etiquetas de los vinos, todos los enólogos me parecen grandes poetas:

“De color intenso rojo cereza, muy cubierto y conservando juventud en los reflejos violáceos, que menguarán con la estancia en botella”.

Cochinillo asado en su punto.