Viajes CONTAINER SL

La sierra nevada al fondo.

Como les contaba un poco mas abajo, en ocasiones uno decide hacer una pequeña variación en su camino, se detiene de sus obligaciones cotidianas y encuentra tesoros.
Alguien decide vaciar una estantería y deja los libros en tu camino, por esas “conexiones” de las que hablábamos, uno de esos libros coincide con el lugar exacto que pensabas mencionar unas horas antes.

Hace dos años visité por primera vez Granada, y de ese viaje me traje a casa un blog. Desgraciadamente mi paso por la ciudad fue tan veloz, que no me dejó tiempo para hacer la cola pertinente y poder visitar todos los rincones de La Alhambra -sin duda una de las maravillas del mundo-, no obstante hice el esfuerzo de subir al palacio fortaleza y entrar en algunos de sus patios, así como observar que el espíritu andaluz sigue inalterable desde tiempos remotos. No había modo de encontrar las taquillas.

Una puerta de La Alhambra.

Si recuerdan el libro encontrado en el container era “Cuentos de La Alambra” de Washington Irving, un viajero norteamericano, diplomático e historiador que incluso vivió durante algún tiempo en la propia Alhambra, por aquel tiempo abandonada y donde se habían refugiado multitud de mendigos, soldados inválidos y demás gente sin casa. Bien pues estos días, este libro a desbancado al propio Conrad -que espera paciente en la mesita de noche-, la narración del viaje del americano hasta Granada no tiene desperdicio, los apuntes de Irving sobre los españoles de la época siguen tan vivos como hoy mismo, y sus costumbres no parecen haber cambiado casi nada, en una España donde una peseta era la quinta parte de un duro, moneda que equivalía a un dólar, los ciudadanos permanecían ociosos todo el día cantando, bailando o durmiendo sobre sus capas bajo la sombra de un árbol, mientras obtenían fácilmente su sustento de noche gracias al contrabando.

La misma puerta de La Alhambra.

Anoche encontré otra de mis queridas conexiones-casualidades. Irving se hizo acompañar de un guía y encargado de la intendencia al que decidieron llamar Sancho;

…”En esta ocasión, puso en el césped, delante de nosotros una completa y espléndida variedad de manjares sobrantes, amén de un excelente jamón adquirido en Sevilla; y entonces, sentado cerca de nosotros , gozó con fruición de lo que todavía quedaba en las alforjas. Varias visitas hizo a la bota lo pusieron tan alegre y cantarín como un saltamontes en el rocío de la mañana.
Cuando comparé su alegría delante de las alforjas con las que experimentó Sancho ante las espumosas ollas, en las bodas de Camacho, comprobé que estaba muy versado en la historia del Quijote. Como la mayor parte de la gente sencilla de España, creía firmemente que aquélla era verdadera historia.

-¿Hace mucho que ocurrió eso? – me preguntó con mirada interrogante.
-Si, hace mucho tiempo contesté.
-¿Más de mil años, quizá? –dijo; y había indecisión en su mirada.
-Eso por lo menos.
El escudero quedó satisfecho. “…

Lo ven? Si no hubiera terminado de leer El Quijote hace unas semanas, este entrañable pasaje hubiera pasado casi inadvertido.

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