Viajes dificiles
..."Comienzan a encenderse las luces en pueblecillos próximos y lejanos: Vallecas, Móstoles, San Martín de la Vega, Perales de Tajuña, Pinto, Navalcarnero.
Arriba centellean estrellas, y Venus -la charca de los antíguos peruanos- abre en ojo de gato el objetivo de su claridad fulgente.
Parpadean millares de faros Marchal.
Once kilómetros de carretera alquitranada están totalmente ocupados por un rebaño inacabable de automóviles que, de tres en fondo, pretende avanzar hacia el Sur. Las aletas delanteras rozan los faros pilotos. Los estribos se tocan con los estribos. Los motores braman como bestias anhelantes. Los escapes lanzan chorros de humo.
Benzol y Gargoyle.
Polvo.
Calor.
Desesperado rugir de claxons y bocinas se extiende hasta el infinito. Un clamoreo insólito formado por miles y miles y miles de conversaciones mantenidas en un área de treinta kilómetros cuadrados se une al bramido de los motores y al rugir de los claxons y bocinas para organizar un guirigay infernal en el que nadie se entiende.
La noche, cayendo en barrena sobre el campo, parece hacer confuso todavía el gigantesco barullo.
Gritos, exclamaciones, protestas, voces de mando. Una especie de tableteo de ametralladora se acerca por momentos. De un megáfono parten aullidos desesperados:
-¡Dejen libres las cunetas! ¡¡Dejen libres las cunetas!! ¡¡DEJEN LIBRES LAS CUNETAS!! "...
Enrique Jardiel Poncela. "La tournée de Dios".
Arriba centellean estrellas, y Venus -la charca de los antíguos peruanos- abre en ojo de gato el objetivo de su claridad fulgente.
Parpadean millares de faros Marchal.
Once kilómetros de carretera alquitranada están totalmente ocupados por un rebaño inacabable de automóviles que, de tres en fondo, pretende avanzar hacia el Sur. Las aletas delanteras rozan los faros pilotos. Los estribos se tocan con los estribos. Los motores braman como bestias anhelantes. Los escapes lanzan chorros de humo.
Benzol y Gargoyle.
Polvo.
Calor.
Desesperado rugir de claxons y bocinas se extiende hasta el infinito. Un clamoreo insólito formado por miles y miles y miles de conversaciones mantenidas en un área de treinta kilómetros cuadrados se une al bramido de los motores y al rugir de los claxons y bocinas para organizar un guirigay infernal en el que nadie se entiende.
La noche, cayendo en barrena sobre el campo, parece hacer confuso todavía el gigantesco barullo.
Gritos, exclamaciones, protestas, voces de mando. Una especie de tableteo de ametralladora se acerca por momentos. De un megáfono parten aullidos desesperados:
-¡Dejen libres las cunetas! ¡¡Dejen libres las cunetas!! ¡¡DEJEN LIBRES LAS CUNETAS!! "...
Enrique Jardiel Poncela. "La tournée de Dios".
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